GALA
Me
desperté algo desorientado. Abrí poco a poco los ojos y miré hacia mi derecha,
donde un armario grande, de madera de caoba, estaba abierto mostrando perchas
desnudas y solo unas pocas prendas colgadas. Un escenario oscuro y frío me daba
los buenos días. “¿Qué hago yo aquí?”, pensé. El ligero espesor que sentía en
mi boca me hizo comprender que tal vez el alcohol tuviera algo que ver en
aquella situación. Era muy leve, solo el lejano recuerdo de algunas cervezas de
la noche anterior. El maldito sueño era el culpable, pensaba yo, por lo que
dejé que mis ojos cedieran ante el deseo de cerrarse y volví a dormir sin saber
dónde, ni cómo ni cuándo.
Desperté
al rato. La luz del día entraba por las rendijas de la persiana como antes no
lo hiciera. “¿Qué hago yo aquí?”, volví a pensar. Me giré hacia la izquierda en
la cama. Recordé. Sonreí. Sonreí como un niño chico al que le regalan lo que
tanto tiempo lleva ansiando. Una cabellera castaña reposaba en la almohada
junto a mí, tranquila e imperturbable. El cuello moreno y su hombro derecho
sobresalían de la manta que cubría el fino edredón de la cama. ¿Tendría frío?
Ni idea. No hice nada, me quedé acostado mirando aquello unos cuantos minutos.
Unos cabellos oscuros, un cuello moreno y un hombro que insinuaba el resto del
cuerpo. Solo eso. No era nada y a la vez lo era todo. Tras ir despertando poco
a poco, cada vez era más consciente de la situación que me había llevado allí,
de lo que tenía a solo dos palmos de distancia y de la bendita suerte que
tenía.
Me
acerqué a ella. Pegué mi boca a su nuca, intenté sentir el calor de su cuello
en mis labios sin despertarla. Con mi brazo derecho, abrí las puertas de la
cama y miré hacia abajo para ver lo que tenía ante mí. De repente, el despertar
físico pasó a ser absoluto y el deseo irrefrenable que me empezaba a abordar me
empujó a acercarme del todo, a convertir aquel sentir su calor en formar parte
activa de él. La agarré, la atraje hacia mí y la besé. La besé mil veces.
Acariciaba su vientre y sus pechos mientras lo hacía. Me probé a jugar con
ellos, y como no encontré negativa, seguí haciéndolo, feliz como nadie. Cada
vez más incapaz de contener los suspiros, iba probándome a conquistar cada
rincón de su cuerpo, cada nueva frontera que yo hiciera mía a base de tímidas
incursiones que empezaba con manos temblorosas y acababa con firmes palmadas,
con gestos ternes que decían que ese trozo de carne era mi patria desde ese
momento y para siempre. Ella estaba despierta y jugaba a hacerse de rogar. A
veces me ofrecía más de su cuerpo tentándome, a veces lo alejaba de mi boca o
de mis manos buscando mi enojo. Bendita guerra la que mantuvimos.
- Buenos
días –dijo ella–. Te veo con ganas.
- No
es mi culpa, Gala, es el de abajo –me justifiqué–. Me tiene completamente
dominado, y todo por tu culpa.
- Pero
si yo no he hecho nada.
Su
pelo olía a noche y a calles mojadas.
- Estar.
Eso es lo que has hecho.
Se
dio la vuelta y nos miramos. Pasaron segundos, minutos, no sé, pero como en un
acuerdo tácito, nos levantamos a desayunar furtivamente todo lo que encontramos
por la cocina. Al acabar pasé por el baño, y al regresar a la habitación me la
encontré destapada, desnuda casi por completo, comiendo una galleta maría que
no sé de dónde sacaría y cuyas pocas migas caían, casi en slow motion para mí, sobre su pecho totalmente al descubierto. Las
piernas cruzadas, relajadas, también desnudas; solo unas bonitas bragas cubrían
aquella preciosidad que era Gala. Hacía calor en la habitación, sí, pero el
sofoco que me entró en aquel momento, allí parado procesando esa mágica visión,
no se debía a la calefacción, sino a otra cosa más primitiva y abstracta
llamada deseo. Me miró y se mordió el labio, pero esta vez de forma consciente,
sabiendo que aquello a mí me volvía loco.
- ¿Sabes
en qué palabra estoy pensando? –le pregunté.
- ¿Erección?
–me dijo divertida, señalando con la mirada a mi pantalón de deporte, en ese
preciso instante tienda de campaña en vertical.
- No,
pensaba en “deseo”.
Al
principio me había propuesto ser más o menos fuerte ante la situación, no caer
rendido ante ella y el erotismo del momento como un animal en celo, pero mi
buen amigo el de abajo no atendía razones y era la expresión más notable de lo
que mi corazón sentía bajo mi piel, latiendo fuertemente, dotando de más vida
si cabe a mis extremidades, que se agitaban algo nerviosas esperando su momento
para entrar en acción. Se incorporó en la cama sacudiéndose las migas del pecho
y comenzó a hacerse una coleta con la goma que llevaba en la muñeca. Acabó. Se
quedó allí, sobre sus rodillas, mirándome con una curiosidad infinita. Parpadeé
instintivamente, como si haciéndolo me asegurara el convertir aquellas escenas
de Gala desnuda esperándome en recuerdos visuales que pudiera guardar de por
vida en mi mente.
- Ven
–me dijo con orgullo, sabiendo que yo iría.
Y
fui. Al principio tratando de contener las ganas que le tenía, pero luego ya no
importaba nada, ni siquiera las galletas que ella amontonara en un rincón de la
cama y que comenzaron a crujir bajo el peso de nuestros cuerpos llegando
incluso a doler. Un dolor dulce, eso sí, pues estábamos anestesiados por las
risas, los suspiros, los besos, las miradas y las ganas que teníamos de no
soltarnos jamás, por mucho que el calendario nos chillara que aquello se había
acabado. Hicimos el amor, pero amor en mayúsculas y entre signos de
exclamación, como la noche anterior. Eso fue lo que pasó.